Para mi octubre es cuando realmente comienza el otoño, mi mes favorito, periódo de poetas mohínos; El cielo está siempre gris y las hojas, color carmesí, comienzan a caer.
Octubre es este hastío que siento al quedarme en casa, leyendo una novela de pacotilla, o alguna que otra rima suelta, mientras el cielo comienza a plañir; me gusta el color ceniza que tengo sobre la cabeza, que me tizna las ideas.
Me he comprado un par de pinceles, mancharé algún cuaderno, empezaré a plasmar algún pensamiento, intentando no destrozar mis bosquejos.
Bosquejos, bosquejo, bosque, me gustan los bosques, me parecen bonitos, sobre todo en esta estación; no me quejo.
Disfruto al ver cómo crepita la hoguera, mucho más que cualquier cielo de verano, mucho más que cualquier frígida nevada, mientras leo Hamlet u ojeo cualquier revista de tres al cuarto, entretanto disfruto de un té, cuyo olor inhunda el salón, aprecio ese perfume, huele a fruta.
Me gusta salir a caminar cuando llueve, me siento debajo de cualquier árbol, obviando que el suelo está mojado, y comienzo a escuchar cualquier canción fortuita que aparezca en mi lista de reproducción. Suelen ser melodías que no entiendo, que encomían mujeres, o que sollozan por hombres.
Vino octubre, aún estoy procesando muchas cosas, cómo que las personas a las que más quiero ya no están en mi jardín ¿A dónde se supone que tengo que huir?
Los sentimientos siguen consumiéndome más que cualquier cigarro, y siguen abrasando más que un cúmulo de brasas.
Sufrir es de imbéciles.
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